Agitada


Ni siquiera lo había apreciado
centrada en tratar de encontrarte,
como si a través del aire se pudiera
retroceder el tiempo que he perdido.
 
Tú, como siempre, atento a los detalles,
observándome aún cuando no lo deseas,
viste mi respiración agitada
y quisiste saber porque me ocurría.
 
En un primer momento pensé,
al mirar el vaivén de mi pecho,
que sería la compañía de esas décimas
instaladas en mi cuerpo desde anoche.
 
Cuanto más tiempo permanecía a la espera
más turbulencia sentía en mi pecho,
entrecortada la respiración al contener el llanto,
prohibido al merecer mi propia condena.
 
Después, sola, obligada a sobreponerme,
responsable en más de una tarea,
debí confesarme que esa agitación
es el síntoma de la vergüenza.
 
¿Cómo me vuelvo a presentar ante Ti?
¿Cómo volver a tratar de merecerte?
 
Mil dudas aparecen nacidas de la deshonra
queriendo castigarme cuando ese poder es sólo Tuyo,
y por eso, porque Tu me lo has enseñado,
permanezco firme en la tormenta,
sumisa ante Ti, que de mi todo lo mereces,
implacable ante mi, pues no merezco indulto.
 
 
 





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